Mi nombre es Sebastián Isael Pla Martorell, aunque todos me conocen por Isael, y este es mi pequeño blog. Escribo sobre lo que me apetece, pero sobre todo, escribo para Dios.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Vuelve a nosotros esos Tus ojos


Bendito sea el Señor en todos sus Ángeles y en todos sus Santos, y Bendita sea la Santísima Virgen María.

Hoy me da por escribir sobre un libro que he acabado de leer no hace mucho: Los Ojos de María. Una Historia verdadera de fe y misterio, de Vittorio Messori y Rino Camilleri, Editorial Styria, 2007.

María nuestra Madre no nos deja nunca. ¿Cómo iba a hacerlo? Todos somos sus hijos: los de ahora, los de antes y los que vendrán. Siempre nos acompaña, y más en época de tribulación, ya sea personal o colectiva. En una u otra, Ella está como un ave con sus polluelos.

Pues bien, de lo que trata el libro es de la acción grande y maravillosa de María en una época muy difícil: la de las invasiones napoleónicas, tras la Revolución Francesa, paradigma de todas "buenas" revueltas (aunque este término le queda pequeño, claro), y que viene a ser un baño de sangre, un sacrificio humano abominable a los ojos de Dios con el que se apuntaló la modernidad nuestra.

En esa época, cuando el anticristo de turno (que siemre los hay encabezando alguna idea o ideología anticristiana, grande o pequeño, con sombrero de general o graciosos bigotillo, con mostacho poblado o cejas puntigudas, brillante o mediocre, pero siempre anticristo) iba a iniciar la invasión de los Estados Pontificios, más de cien imágenes, en su abrumadora mayoría marianas, reavivaron sus colores, mudaron de rostro, lloraron o movieron los ojos.

¡Más de cien! Y para que no quede duda alguna sobre el milagro, además del gran número de imágenes en que se dio el fenómeno, fueron vistos por una cantidad ingente de personas; eran imágenes callejeras en su mayoría, es decir, que uno se tropzaba con el milagro sin proponérselo. No sólo eso. El milagro ocurrió durante varios días, de modo que quien tuviera a bien acudir a comprobarlo con cualquier artilugio, podía hacerlo, para luego caer de rodillas.

Para los que no creen: milagro "mayor" si cabe sería que miles de personas vieran algo que no era.

El mismo Napoleón lo vio, vio la imagen de Ancona que inauguró la cascada de milagros, y en lugar de exigir la quema de la pintura, tras haber quedado absorto para sorpresa de sus acompañantes, por lo decidido y rotundo de sus órdenes, pidió sólo que se la tapara con una tela.

Los hechos se entendieron como un consuelo del Cielo a los italianos no jacobinos que iban a sufrir una invasión dizque liberadora.

Y ¿qué efectos produjo en la población? Además de sentir consuelo, se dejaron de oir blasfemias e injurias, el ambiente fue de mayor paz y serenidad espiritual para todos, porque la auténtica paz empieza con la paz del corazón.

El libro contiene gran cantidad de testimonios, de creyents y no creyentes en el milagro, y estos últimos deben aceptar no obstante lo inexpliable del suceso.

Contiene, además, en su capítulo último, una sugerente conversación entre los autores; sugerente en cuanto se habla de una Teología de la Historia. Y está bien que así sea, más bien para recordarnos a todos que somos libres de hacer la voluntad de Dios o no, pero que aquí, Quien manda es Él. Y que junto a Él está nuestra Madre Maía, que con toda la dulzura de una madre nos dirige y consuela, y si para ello es necesario un milagro, ¡pues ahí está el milagro! ¡Es vuestro!

¡Viva Cristo Rey y Viva Nuestra Señora de la Consolación!

No hay comentarios:

Publicar un comentario