En un desguace, el restaurador, un artesano forzudo y tatuado, de los de antes, de esos que aplican toda su destreza y se siente orgulloso de la obra acabada, ayudado de un buen equipo de manitas echa el ojo -pongamos por caso- a una máquina de golosinas hecha unos zorros. Fea, con el metal oxidadísimo, la pintura descascarillada, y las piezas interiores que la hacen funcionar rotas o incompletas. Para mi sorpresa, el restaurador exclama "¡Esta es perfecta!", paga un precio que a mi me parece siempre demasiado elevado para un trasto, y se la lleva satisfecho. ¿Pero qué habrá visto en esa cosa inútil? me pregunto yo extrañado.
Entonces, empieza a trabajar: llama a sus empleados, entre ellos una mujer, para que le ayuden. Limpia la máquina por dentro y por fuera, lija el óxido, iguala el metal aboyado, cambia piezas rotas, repara las recuperables, compra otras nuevas, le da una capa de imprimación y pinta con pintura metalizada el exterior. Termina dándole el acabado justo... y un pelín más.
Lo que sale de las manos del restaurador es una obra de arte, una cosa bellísima, tan bella o más que la original. Uno se pregunta: ¿en serio es aquella cosa mugrienta que daba repelús tocar?
No hará falta explicar en qué pensé cuando vi aquello, ¿verdad? Salidas de las manos del Padre, por el uso inadecuado, por el tiempo, por la desesperanza, por el pecado, nosotros, maquinitas insignificantes, nos hemos hecho inservibles. Estamos en el desguace de la vida. Sin embargo, un día se presenta el Restaurador, Cristo mismo, nos mira y nos ama intensamente, paga un precio por nosotros; un precio elevadísimo, ¡elevadísimo!: toda Su Sangre. Los trabajadores son los ángeles y los santos, y entre ellos, María. Y tras dejarnos limpiar, reparar y mejorar, funcionamos de nuevo. Funcionamos por Él, porque sin Él no podemos hacer nada. Y nos pide dar frutos: para el caso, golosinas, jeje.
Está claro, ¿verdad? Quizá lo ve con más claridad un converso, consciente de toda su mugre a. C., antes de Cristo.
Aún así, lo que siempre me sorprende y me conmueve es la exclamación de Jesús: "esta me vale, es perfecta". ¿Perfecta para qué, Señor? Seguramente para que todo el mundo sepa que el hombre nuevo que somos es obra exclusiva de Él, porque si no, no se entiende este nuevo nacimiento.
Si es que... para hacer un santo, Dios sólo necesita un pecador. Lo demás es cosa suya.
Si es que... para hacer un santo, Dios sólo necesita un pecador. Lo demás es cosa suya.
¡Viva Cristo Rey y Viva Nuestra Señora del Pilar!
P.D.: En cuanto he acabado de escribir el post, me he puesto a buscar una imagen del programa Restauradores por el Google para ilustrarlo. He escrito en el portal las palabras "restauradores canal historia". La primera entrada en aparecer ha sido una sobre una máquina dispensadora de algodón de azúcar. Me ha parecido tan adecuada que la he utilizado. ¿Casualidad? ¡Qué risa!
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