Mi nombre es Sebastián Isael Pla Martorell, aunque todos me conocen por Isael, y este es mi pequeño blog. Escribo sobre lo que me apetece, pero sobre todo, escribo para Dios.

sábado, 24 de julio de 2010

Salir a empatar

Ya se sabe lo que dicen los entrenadores de fútbol: quien sale a empatar, acaba perdiendo, máxima deportiva en general que ha acabado por convertirse en frase aplicada a quien se esfuerza lo justo. Lo mismo que dicen los profesores y los padres a los alumnos e hijos que no estudian suficiente para un examen: quien estudia sólo para aprobar acaba suspendiendo.

Lo mismo, creo yo, ocurre con el amor. ¿Y cómo? Parece que el amor, así en genérico, que abarca desde el amor filial o paternal hasta el cariño o el aprecio a los amigos y vecinos, en fin, a casi cualquier persona de bien que tiene algún trato con nosotros, es difícil de contener. Es como un surtidor de agua que se dirige caóticamente y en abundancia hacia todos y a todos los baña de diferente manera sin que podamos evitarlo: a unos más, por ser especialmente cercanos, a otros menos, por haber tenido sólo un trato breve pero en que se ha dado algo de ese amor, como es el buen trato o la simpatía sincera. En cambio, limitar el chorro a algunos que no nos han hecho ningún mal viene a ser algo artificial, y por tanto, exclusivamente personal. El alma es tan sutil que a veces no podemos evitar cierta antipatía hacia una persona sin ninguna razón, pero cuando esa persona se esfuerza en caernos bien sin mala intención ¿por qué limitar el chorro?

A mí me ha pasado, y no soy el único, estoy segurísimo, que he tenido la sensación de no caerle bien a una persona por alguna razón que desconozco, si es que la hay. Cuando el trato con tal persona es frecuente y uno no da motivos para ser tratado con antipatía o suspicacia, ese trato empieza a ser molesto, y me entristece de verdad la falta de caridad, o aún peor, la doblez, la buena cara forzada sin disimulo. Si eso ocurre durante muy largo tiempo y es parte de la familia, ahí habrá que pensar en algo como ojeriza en el mejor de los casos, o algún tipo de envidia, u odio a secas.

He tenido la experiencia de alguna persona que parece haber limitado mucho su relación con la gente, y parece haber querido amar sólo a su familia más cercana, es decir, a su esposo o esposa y a sus hijos y nietos. Me da la sensación de que ha decidido jugar a empatar, a lo justito, y ni siquiera eso está consiguiendo. Una pena, la verdad.


¡Viva Cristo Rey y Viva la Virgen de Torreciudad!

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