He vuelto de Valencia, y lo cierto es que en cualquier tiempo y en cualquier lugar, si estás atento a las enseñanzas de Dios, aprendes y no poco. Ayer mismo, creo que aprendí cómo alejarme de una tentación, la de lujuria del pensamiento y la vista: alejarme o apartar la fuente de la tentación.
Estaba yo en un vagón del metro, de pie, y delante de mí había una muchacha de muy buen ver. Estaba de espaldas, frente a la puerta, y mis ojos traviesos se fijaron en sus pantalones cortos, que tenían algunos desgarros de esos a la moda, algunos ciertamente largos, y en ciertas partes que permitían ver más de lo que habría. Me fijé en que el señor de al lado también se había reparado en ello. Mis ojos volvían a posarse allí, y mi mente se ennegreció con algunos pensamientos. Decidí luchar sin moverme de donde estaba, pero no podía. Finalmente, segundos después, concluí que con la tentación delante de mis narices mi lucha sería infructuosa y no haría más que sufrir, por lo que les di a mis piernas la orden de alejarme de allí para poder sentarme a unos metros de distancia de la chica, de manera que ni siquiera la pudiese ver. Y así fue. Mis piernas me llevaron sin esfuerzo hasta un asiento, me senté, y no tuve que luchar más por no ver ni pensar cosas malas. Lo hicieron sin esfuerzo, mientras mi cabeza y mis ojos sufrían una presión que creía insoportable.
Quien no considere aquello pecado le quitará importancia o lo ridiculizará; pero para quien sí sea consciente de ello, sabrá lo que digo. No me extraña, aunque creo que no llegaré a tal heroicidad, la solución de San Francisco de echarse sobre un rosal espinado o del Padre Sergio de Tolstoi de cortarse con un hacha el dedo meñique antes de caer en la tentación; de no haber tenido tentación de caer, no habrían optado por hacer lo que hicieron. Esa lucha fatiga, aunque cuando se vence, si se vence, que no siempre ocurre ni mucho menos, te llenas de una gran paz, pero también de cansancio. Véase si no el cuadro de Velázquez sobre Santo Tomás de Aquino confortado por los ángeles después de haber vencido esa misma tentación en forma de prostituta.
Mañana, si Dios quiere, hablaré de un ofrecimiento a Dios, un sacrificio que hice en Valencia con mucho gusto.
¡Viva Cristo Rey y Viva la Virgen de la Consolación!
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