"Calumnia, que algo queda” dice la sabiduría popular y corrobora la experiencia. Transcurrido el tiempo, tras demostrarse la impostura, uno dirá a otro en cómplice conversación: “de aquel se decía que…”.
Por qué hay mentiras que llegan a cundir y emponzoñar la memoria de personas o instituciones como si les arrojaran encima un cubo de inmundicias hediondas, no llega a comprenderse del todo (y a veces ni siquiera en parte) si no es recurriendo a lo que se llama el mysterium iniquitatis, el misterio del mal, que ayuda a explicar muchas cosas inexplicables en lo humano.
Una de esas figuras fuerte e injustamente vilipendiada es la de Eugenio Pacelli, Papa Pío XII, al que ha llegado a calificarse de “El Papa de Hitler”, y sobre cuyo presunto silencio e inacción durante la persecución de los judíos se ha escrito desde hace unos años lo suficiente como para que su persona sea discutida, su memoria despreciada o sus palabras malinterpretadas, y todo ello pese a haber sido llamado durante su papado y tiempo después “Pastor Angélico”, en utilización oficiosa del nombre que San Malaquías parece dar a este Papa en su (ya extremadamente dudosa) profecía.
Un libro, una película, pueden causar gran daño, pueden llegar a arrebatar la Fe, y ya no digo a robar la fama y el honor de buenos hombres, y eso ha podido experimentarse con novelas y filmes como El Código Da Vinci. Recuerdo que en mi época universitaria era yo especialmente permeable a cualquier historia o historieta que ridiculizase a la Iglesia Católica, o sencillamente la combatiera. Fue entonces cuando conseguí el libro El Enigma Sagrado y su continuación El Legado Mesiánico, sobre la base de los cuales se construye la novela de Dan Brown; leí el primero de un tirón y me entusiasmó, tan deseoso yo de encontrar ese grial verdadero que la “Infame”, como llamaba Voltaire a la Iglesia, escondía; aquello que estaba oculto y que una conspiración de curas y papas ocultaba desde hace dos mil años, sin querer reparar en que la Iglesia fue fundada por el humilde hijo de un carpintero y doce hombres analfabetos, en su mayoría pescadores, que poco tenían que esconder y mucho que mostrar, o mejor, que anunciar: el Reino de Dios tal como ha sido enseñado por Jesucristo. Y que esa Iglesia, santa y pecadora, “morena pero hermosa”, se había abierto paso, había crecido y había triunfado en el mismo centro de persecución con la sangre de sus mártires.
El lobo acecha, y las ovejas que primero caen son las más alejadas del rebaño y del pastor. Esas, yo también en su día, son pasto de toda clase de chismes para abandonar el redil, son las que aceptan casi sin duda obras como las mencionadas, y la que encendió la mecha que hizo saltar la reputación de santidad de un Papa como Pío XII por los aires: El Vicario, publicada en 1963 y escrita por un joven izquierdista, Rolf Hochhuth, luego adaptada al cine con el título Amen por Costa-Gavras en 2002. Desde entonces, es común considerar al Papa Pacelli, al menos, tibio con el nazismo, cuando se encontró en una tesitura que cabe calificar de monstruosa e hizo lo posible por salvar al mayor número de judíos.
Aquí dejo un artículo completo publicado en la Tribuna Libre del diario El Mundo por Ignacio García de Leániz Caprile el 27 de diciembre de 2008, que recorté y guardé en su día “por si acaso”. Después, algunos datos más.
Hace 50 años (un 9 de octubre de 1958) moría en su residencia de Castel Gandolfo tras cruel agonía Pío XII, en el siglo Eugenio Pacelli. Cuando accedió al Pontificado en 1939, seis meses antes de la invasión de Polonia, a nadie sorprendió la rapidez de su elección tras un conclave de apenas dos días. En verdad, pocos cardenales podían aunar un tal prestigio espiritual e intelectual con una experiencia diplomática como la suya, al haber sido nuncio y secretario de Estado con Pío XI. Y sin embargo, medio siglo después, su figura ha sufrido una grave transformación: de ser reputado tras la guerra como amigo y benefactor del pueblo judío en la Gran Noche europea -como atestiguaba la propia Golda Meir- se ha pasado desde principios de los años 60 a considerársele si no culpable, cuanto menos indiferente a la suerte de los seis millones de víctimas judías atrapadas en el abismo de la Solución Final.Y a este giro copernicano en la percepción de la mente contemporánea, contribuyó sin duda el profundo escándalo que supuso el estreno en Berlín y Londres en 1963 de la obra teatral El Vicario, una tragedia cristiana escrita por un desconocido Rolf Hochhuth. Pocas veces una pieza dramática lograba alterar tan rápidamente la imagen pública de un personaje coetáneo, en este caso Pontífice de la Iglesia. La obra, de ocho horas de duración, se presentaba además con el prurito añadido de un apéndice de 50 páginas de “acotaciones históricas”, con las que Hochhuth pretendía dar mayor verosimilitud al drama. En él, un Pío XII de “helada sonrisa”, “frialdad aristocrática” y en sus ojos un “gélido brillo”, desestimaba los desesperados intentos del Padre Fontana de condenar la persecución judía y comprometerse con la suerte de las víctimas del Holocausto, además de cuestionar la entera política vaticana hacia el III Reich.La conmoción provocada fue enorme y afectó de lleno a lo mejor de la intelectualidad occidental. Así, en el mismo otoño de 1963, una luminaria como Karl Jaspers enviaba escandalizado a Nueva York un ejemplar de El Vicario para su discípula Hannah Arendt. Y la respuesta de la gran pensadora no se hizo esperar: en 1964 publicó en el New York Herald Tribune un ensayo demoledor contra Pío XII (The Deputy: Guilt by Silence) basado en las tesis vertidas en la obra de Hochhuth y destacando la historicidad de las fuentes aducidas por el autor.La figura de Pío XII quedaba así herida de muerte para toda una generación a manos de un dramaturgo alemán y una pensadora de la talla intelectual y moral de Hannah Arendt. Para cerrar el círculo faltaba únicamente el cine: en 2002, Costa-Gavras adaptaba para la pantalla El Vicario, dando lugar a su película Amén. Y así fue como una tríada formada por el teatro historiográfico, el ensayo y el cine lograba desmontar y dar la vuelta a la imagen prosemita de Pío XII que imperaba tras la guerra, especialmente en el mundo judío, como atestiguaba el entonces Gran Rabino de Roma, Israel Zoller, íntimo amigo de Eugenio Pacelli.Así estaban las cosas hasta que hace apenas un año veía la luz un extenso artículo en la prestigiosa National Review firmado por el antiguo general de los Servicios Secretos Rumanos (DIE), Ion M. Pacepa: Moscow's Assault on the Vatican (25-01-07). En él, cuenta Pacepa con todo lujo de detalles cómo fue protagonista de una operación cuidadosamente diseñada por el Kremlin para caracterizar a Pío XII como un simpatizante nazi calculador y metódico. Los hechos, según la confesión de parte del general Pacepa, son, expuestos en su radical crudeza, los siguientes. En febrero de 1960 Khrushchev aprueba un plan secreto para demoler la autoridad moral de la Santa Sede en Europa Occidental, diseñado por el entonces director del KGB Aleksandr Shelepin y Aleksey Kirichenko, responsable del Politburó de política internacional. A diferencia de la estrategia previa utilizada en la Europa del Este para combatir a la Iglesia, Moscú adoptará ahora la táctica de desacreditar al Vaticano en su propio territorio y jerarquía asociándolo al nazismo. Y no por azar se elige al recientemente fallecido Pío XII como objetivo principal de la operación, ya que los muertos no podían defenderse. Y es que el KGB había sufrido un sonoro fiasco en 1948 en su operación de derribo del legendario Cardenal Mindszenty, primado de Hungría, quien devolvió el golpe relatando en 1956 a la prensa libre occidental los pormenores de su proceso judicial y manipulación de pruebas: algunos vivos sabían defenderse con la convicción de la verdad y los hechos pertinentes.Para poder desacreditar la imagen de Pío XII se decide, en cambio, que el trabajo sucio lo ejecutaran en este caso manos occidentales y que usaran documentos y evidencias provenientes del Vaticano mismo, evitando otros errores cometidos igualmente en el affaire Mindszenty. Pero, ¿cómo lograr documentos vaticanos más o menos relacionados con Pío XII para que los expertos del KGB en dezinformatsiya pudieran manipularlos a conveniencia? Es aquí donde interviene la DIE rumana, que se encontraba en una privilegiada posición para contactar con el Vaticano y conseguir su permiso para acceder a los archivos, a raíz de una operación de canje del obispo de Timisoara, Augustin Pacha, por dos oficiales de la DIE. Además, Rumania alegaría que le convenía trabajar en los archivos vaticanos para documentar el soporte histórico que necesitaban las autoridades para justificar una apertura hacia Roma.Comenzaba así la denominada operación Asiento-12, con el general Pacepa de protagonista y la supervisión detallada del entonces responsable del Servicio de Inteligencia Exterior ruso, general Sakharosky. Tras entablar conversaciones y llegar a un acuerdo con Roma por medio de Agostino Casaroli, cerebro de la Ostpolitik, la DIE logra introducir en el Vaticano a tres agentes que tienen acceso tanto a los Archivos Vaticanos como a la Biblioteca Apostólica. Así, de 1960 a 1962, la DIE hace llegar al KGB cientos de documentos microfilmados. Aunque Pacepa precisa que en esa cantidad jamás encontraron material alguno que incriminara a Pío XII -ya que en su gran mayoría eran copias de cartas personales, transcripciones de entrevistas y discursos propios del lenguaje diplomático-, sin embargo, extrañamente, el KGB no cesaba de pedir más y más. Ante tan exiguos resultados, los integrantes de la operación Asiento-12 volvieron a Bucarest con una sensación generalizada de fracaso.Y sin embargo, la sorpresa les llegó un año después, en 1963, cuando el general Iván Agayants -legendario director del departamento de desinformación del KGB- aterriza en la capital rumana para agradecerles los servicios prestados: les informa de que Asiento-12 ha sido un éxito que se ha materializado en la producción de El Vicario, de nuestro ya conocido Hochhuth.El voluminoso apéndice de “acotaciones históricas” que se componía de 50 páginas documentales había sido suministrado -según el general soviético- por su citado departamento de dezinformatsiya, con los ajustes oportunos. Es cierto, además, que el productor de la obra teatral era Edwin Piscator, un comunista histórico que mantenía una fluida relación con Moscú y que había vuelto a Berlín justo en 1962 tras un largo exilio en Nueva York.Las interrogantes que surgen abruman a cualquier lector que busque la verdad con honradez intelectual: ¿Está basada la fuerza dramática de El Vicario -y por ende del Amén de Costa-Gavras- en un soporte historiográfico de dudoso origen y más que dudosa verosimilitud? Si así fuera, este mentir la verdad que Moscú pudo pergeñar con tanto éxito contra Pío XII, ¿no habría arrastrado la buena fe intelectual y moral de Hannah Arendt contaminando su célebre y beligerante ensayo?Nuestra admirada pensadora terminaba su reflexión citada con estas palabras: “Sólo la verdad nos hará libres. Toda la verdad, que siempre es terrible”. Ciertamente puede ser terrible esa verdad en el caso de Eugenio Pacelli, bien que en otro sentido. Busquémosla, pues, donde quiera que esté.
Aquí voy a agregar algunos apuntes más a favor de Pío XII que saco de dos libros: El Rabino que se Rindió a Cristo, de Judith Cabaud (ediciones Voz de Papel) y El Mito del Papa de Hitler del rabino (sí, rabino) David Dalin (ediciones Ciudadela).
El Rabino que se rindió a Cristo no fue otro que Israel Zoller, después y presionado por las leyes antisemitas italianas, Italo Zolli, Gran Rabino de Roma. Su conversión puede ser equiparada para los judíos a la de John Henry Newman para los anglicanos. Quedémonos con este dato: en su Bautismo escogió como nuevo nombre cristiano el de Eugenio, en reconocimiento al Papa Pacelli por sus esfuerzos a favor de los judíos durante la persecución.
Eugenio Pacelli, como Nuncio en Berlín, y por tanto, conocedor del ambiente de entonces, influyó decisivamente en la Encíclica del Papa Pío XI Mit brennender Sorge (Con Creciente Preocupación), publicada directamente en alemán en 1937, y uno de cuyos párrafos dice así: “Aquel que exalte la raza, o el pueblo, o el Estado, o una forma particular de Estado, o a los depositarios del poder o de cualquier otro valor fundamental de la comunidad humana –por necesaria y honorable que sea su función en las cosa mundanas- quien eleve esas ideas encima de su valor aceptado y las divinice llevándolas a un plano idolátrico, distorsiona y pervierte el orden del mundo planeado y creado por Dios; se encuentra lejos de la verdadera fe en Dios y del concepto de la vida que aquella fe sostiene”. Un año después, ante un grupo de peregrinos belgas, dijo aquello de “espiritualmente todos somos semitas”.
El ya Papa XII se vio en la duda de hablar y condenar directamente la persecución nazi, y con eso provocar que arreciara, o no hacerlo directamente. Elige esta opción por el bien de los judíos, pues, según recuerda él mismo en 1964: “Tras muchas oraciones y lágrimas me di cuenta de que mi condena no sólo no iba a ayudar a los judíos, sino que empeoraría su situación (…) Una protesta oficial ciertamente habría atraído la alabanza y el respeto del mundo civil, pero habría hecho sufrir a los pobres judíos una persecución todavía mayor”.
Los hechos le daban la razón; en Holanda, la Iglesia Católica y la Iglesia Reformada exigieron el fin de las deportaciones de judíos holandeses. Por respuesta, los nazis amenazaron con perseguir, si continuaban con esas protestas, también a los judíos conversos al cristianismo. La Iglesia Reformada calló, pero no lo hizo la Católica, por lo que los nazis deportaron a los judíos bautizados católicos; entre ellos Santa Teresa Benedicta de la Cruz, esto es, Santa Edith Stein, judía, atea, filósofa discípula de Husserl y, tras leer la obra de Santa Teresa de Ávila, conversa y monja carmelita; murió en Auschcwitz.
Aún así, Pío XII habla. El mensaje de Navidad de 1942 lo extiende a “los centenares de miles de personas que, sin haber cometido delito alguno, a veces simplemente por razón de su nacionalidad o su raza, han sido condenadas a muerte o a un progresivo exterminio”.
Dio orden de alojar a los judíos en seminarios y conventos, y animó a familias católicas a que hicieran lo mismo en sus casas, suspendió la clausura conventual, y en alguno de esos conventos los judíos durmieron en las celdas de las monjas mientras éstas lo hacían en el suelo de las bodegas. Abrió para ellos Castel Gandolfo. Resultado de todos estos desvelos: la población judía de Europa fue aniquilada en un 80%; la de Roma se salvó en un 80%.
Para terminar: el 29 de noviembre de 1945, 80 delegados de los campos de concentración alemanes fueron Roma para agradecer al Papa “la generosidad que demostró a los perseguidos durante el terrible período de nazifascismo”. Palabras de Albert Einstein, judío, a la revista Time, 23 de diciembre de 1940: "Solamente la Iglesia Católica salió decididamente al paso de la campaña de Hitler por suprimir la verdad. Nunca había experimentado ningún interés especial por la Iglesia, pero ahora siento un gran afecto y admiración porque solamente ella ha tenido valor y persistencia para mantenerse firme en la verdad intelectual y en la verdad moral. Me siento obligado a confesar que lo que en otro tiempo desprecié ahora lo alabo sin reservas".
Y muchos más reconocimientos y gratitudes: de Chaim Weizmann en 1943, que llegaría a ser el primer presidente de Israel; del rabino Maurice Perlzweig en 1944 representando al Congreso Mundial Judío; el mismo año el juez Joseph Proskauer, presidente del Comité Judío Americano; el rabino Louis Finkelstein, canciller del Seminario Teológico Judío de América; Moshe Sharett, que llegaría a se Ministro de Asuntos Exteriores del primer Gobierno israelí, en 1945; también en 1945 el Gran Rabino de Israel, Isaac Herzog; el docotor Alexander Safran, gran Rabino de Rumanía; el mismo año el docotor Leon Kubowitzky, Secretario General del Congreso Mundial Judío, y Maurice Edelman, miembro del Parlamento Británico y presidente de la Asociación Anglo-Judía… Y a la muerte del Papa en 1958, Golda Meir, entonces Ministra de Asuntos Exteriores de Israel, cablegrafió el siguiente mensaje de condolencia al Vaticano: “Compartimos el dolor de la humanidad (…). Cuando nuestro pueblo tuvo que sufrir un terrible martirio durante al época del horror nazi, la voz del Papa se alzó a favor de las víctimas. Nuestra época se vio enriquecida por esa voz que proclamaba las grandes verdades morales por encima del tumulto del conflicto diario. Damos nuestro pésame por el fallecimiento de un gran servidor de la paz”.
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Cuando Cristo predicó en Nazaret, su aldea, la muchedumbre lo sacó de la sinagoga a empujones e intentó despeñarlo. Pero Él se abrió paso “y se alejaba”. La Verdad también se abre paso. Sólo buscándola y estando alerta impediremos que se aleje. Como dijo Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Santa Edith Stein, “quien busca la verdad busca a Dios, aunque no lo sepa”.
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¡Viva Cristo Rey y Viva la Virgen de la Candelaria!
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