Mi nombre es Sebastián Isael Pla Martorell, aunque todos me conocen por Isael, y este es mi pequeño blog. Escribo sobre lo que me apetece, pero sobre todo, escribo para Dios.

domingo, 20 de marzo de 2011

San José


Ayer fue el día de San José. Ora Pro Nobis Deo.

Cuando era pequeño conocía al marido de la Virgen como San José de la canyeta, San José de la cañita, por el delgadísimo bastón que sujetaba en el pesebre de mi Belén. Siempre me lo imagino con ese báculo de patriarca (pues fue el último de los grandes patriarcas, tras Abrahán, Isaac y Jacob), como símbolo de humildísima autoridad: de pie, apoyado sobre el bastón, contemplando embelesado al Niño Jesús.

La verdad es que no creo que fuera demasiado mayor cuando se desposó con María, más bien joven y con fortaleza varonil que necesitaría para su oficio, pero sobre todo, para proteger a la Sagrada Familia cuya cabeza era, tanto en los quehaceres ordinarios como en las eventualidades extraordinarias, porque, la verdad, un viejete no hubiese podido coger a su familia y llevársela a Egipto para huir de Herodes.

San José fue padre adoptivo de Jesús, fue quien le educó mientras éste iba creciendo "en gracia y sabiduría". ¡Menudo cometido el de San José! ¡Criar a un rey! Mejor, ¡criar al Rey de Reyes! ¿Cómo debió ser este hombre para que Dios mismo lo eligiera para criar al propio Dios? Dicen los Evangelios que era un hombre justo, y deben quedarse cortos: San José era justísimo.

Y castísimo: Patrón de la Iglesia Universal y de los seminaristas, a San José se le suele representar con un lirio símbolo de pureza y sosteniendo al Niño Jesús, mejilla con mejilla, en cariñoso gesto paternal correspondido. Seguro que sus barbas eran largas y suaves, como era lo propio de un judío de la época, y que luego imitaría su propio Hijo adoptivo; las más suaves del mundo, por eso el Divino Niño no se queja cuando San José lo acaricia con su barbuda mejilla.

Por San José entronca Jesús con la dinastía real de David. "¡Jesús, hijo de David!", le grita aquel deshauciado mientras se quita el manto, buscando que el Mesías lo cure.

San José, el santo del silencio y de la vida ordinaria, tan caro a San Josemaría Ercrivá de Balaguer. Apenas se dice nada de este santo en el Evangelio, y la verdad es que no se recoge en él ninguna palabra salida de su boca. De actitud callada y paciente, siempre en segunda fila, vigilando y protegiendo a su divina familia.

Es el santo de la buena muerte: durante la vida pública de Jesús no aparece mención alguna de San José, por lo que se entendió que ya había fallecido. De la buena muerte, porque en sus últimos momentos aquí en la tierra fue acompañado por su hijo y su mujer. ¡Qué dulcísima muerte debió tener estando a cada lado de la cama Jesús y María acompañándolo! Jesús evitándole todo sufrimiento postrero y confortándolo, María cogiéndolo de la mano. Ambos diciéndole que su entrada en el Cielo era segura e inmediata, que pronto estarían con él; y Jesús asegurándole: "no he podido escoger mejor padre que tú". José, satisfecho con estas palabras, moriría en total paz... para interceder desde el Cielo por todos nosotros.

Ite ad Joseph, Id a San José.


¡Viva San José de la Montaña, Viva la Santísima Virgen María y Viva Cristo Rey!

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