Mi nombre es Sebastián Isael Pla Martorell, aunque todos me conocen por Isael, y este es mi pequeño blog. Escribo sobre lo que me apetece, pero sobre todo, escribo para Dios.

jueves, 2 de febrero de 2012

He tenido miedo de verdad


Hoy es el día de la Purificación de María, también llamado de la Candelaria. En un acto de total humildad, la que es Pura y no necesita ser purificada acude al templo y se somete a las normas. Con ello, parece prefigurar el sometimiento de Cristo al bautismo de Juan, cuando Él mismo pide ser bautizado, sin necesidad. Momentos paralelas de dos vidas santas y paralelas en muchos extremos: Cristo Redentor y María, Corredentora.

Bueno, pues hoy he decidido ir a Misa y de paso, que el sacerdote me bendijera las velas que acababa de comprar. He variado de lugar: por asuntos personales, he decidido ir a la Arciprestal en lugar de a la iglesia de mi parroquia. Mientras cruzaba la plaza de la Alameda, un grupo numeroso de manifetantes iba coreando no sé qué consignas pertrechados de sus pitos y pancartas. Suelen ser siempre los mismos que se quejan con más o menos virulencia y provocación según quién gobierne. Hoy, contra los recortes. Mañana, vete tú a saber.

Como íbamos por el mismo camino, seguí la recua bordeándola por la acera de una travesía no muy amplia. Al poco, un buen tramo de los manifestantes, los que encabezaban el jolgorio, se habían sentado en el suelo. Para pitar más a gusto, digo yo. Un instante de duda: ¿espero a que se levanten o sigo yo solo esquivando de pie a todo este alegre mobiliario urbano, y me arriesgo a una sonorísima pitada? Opto por lo segundo. Pido pasar cuando no me dejan apoyando mi mano en el hombro del quejoso. Lo mío es más importante: tengo que ir a Misa.

La ceremonia transcurre con total normalidad: encendemos las velas, el mossén las bendice, y nos dirigimos en procesión hasta los primeros bancos. Empieza la Misa, e instantes después los manifestantes se hacen extremadamente ruidosos. Claro: la Arciprestal está situada justo delante del Ayuntamiento, objeto de las iras y las "reivindicaciones", como se les suele llamar a las exigencias, de estos festivos pre-carnavaleros.

Entonces surge en mí un miedo. Tan sólo con una voz endemoniada que hubiese gritado algo así como "el verdadero enemigo es este" y señalase a la iglesia, o "Iglesia cómplice", o cualquier otra cosa parecida, simplona y odiosa tan cara a esta clase de personajes, hubiese hecho que la turba, la masa, la jauría, "el mar" (como dice el Apocalipsis) se volviese, y de entre ellos, los más canallas y carentes de escrúpulos causaran cualquiera de esas desgracias de las que está llena la historia de la persecución: quemas de iglesias, agresiones a los fieles, o... cosas peores.

Me imaginé a los indeseables entrando en este lugar sagrado con firmes intenciones homicidas, al sacerdote pidiendo a los fieles que se marcharan por la puerta de atrás, y yo, ante la duda de huir o quedarme. Grandísima angustia que nacía en mi pecho, subía hasta anidar en la garganta y me hacía erguir el cuello y la cabeza, y con ello, mirar por encima del altar, a la imagen de María coronada por los Ángeles. Lloro y pido fuerzas. Y doy gracias por recibir la corona del martirio. ¿Dónde me alcanzarían los asesinos? ¿Me dejaría matar en un banco mientras rezo? ¿En los escalones del altar? ¿Cara a cara frente a ellos o mirando a María? ¿Saldrían de mi boca palabras inspiradas o sólo silencio y llanto? Pensando que en cualquier momento aquellas personas podían entrar (las puertas estaban abiertas mientras el Ayuntamiento ante el que rabiaban permanecía cerrado; pena en efigie) y encontrarlo todo listo para su festival macabro, comprendí y pude sentir, parcialmente, claro, la angustia de Cristo en el huerto, sabiendo que los que le acechaban estaban al caer.

Que los cristianos seremos perseguidos más aún que ahora, hasta la muerte, lo sabemos: está escrito.

Si llega el día, ¿intercederás por mí, Madre, para que no desfallezca mi ánimo? Si llega la hora, ¿me confortarás, Cristo, con el pensamiento de Tu Pasión? Si he de dar la vida, ¿me acompañarás, Maximiliano, en el trance? Si veo el momento ¿pondrás en mi boca palabras de perdón, Espíritu de Amor? ¿Aliviaréis esta angustia, culmen de todas mis angustias? ¿Aliviaréis mi heridas, mitigaréis mis dolores? ¿Seré merecedor de la corona roja, Señor mío y Dios mío?

Antes de salir de la Misa entreveo dos banderas ensangrentadas: la de la IIª República Española, por cuyos colores fueron martirizados cerca de 7000 sacerdotes, unas 200 monjas y 12 Obispos (doce, como el número de los Apóstoles, de quienes son sucesores), y la bandera comunista, culpable de la muerte de al menos 100 millones de seres humanos.

Acaba el sarao, algunos de estos anti-sistema y anti-lo-que-sea van a sacar dinero a su cajero automático. Lo sé porque también fui.



¡Viva Cristo Rey y Viva Nuestra Señora de la Candelaria!

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