La fe de mi madre

Concluido el Catecismo que el añorado Beato Juan Pablo II mandó redactar, Joseph Ratzinger tomó una copia y se la entregó a otro Cardenal viejecito cuyo nombre no reveló. Tenía éste fama de santo y sabio, por lo que nuestro buen Papa Emérito quiso conocer su opinión. En tan alta estima lo tenía. Tras leerlo, al cabo de unos días le devolvió el voluminoso tomo con estas palabras: "Podéis publicarlo. Es la fe de mi madre".

Yo me pregunto: ¿es la fe de mis mayores, la fe de los sencillos, pensar que no hay una primera pareja de padres, Adán y Eva, sino varias tribus? Entonces, ¿cuál de ellas pecó? ¿Es la fe de mis mayores, la fe de los sencillos, creer que nuestros Primeros Padres pecaron creando seres humanos mediante ingeniería genética? ¿Es la fe de mis mayores pensar que esos seres se escaparon del diluvio mediante ovnis? ¿Es la fe de los sencillos pensar que las venidas de Jesús no son dos, una en la humildad del pesebre y otra en la Gloria del Padre, sino tres, con una venida intermedia de "sí pero no", acompañada de una resurrección parcial de los santos? ¿Es la fe que nos han transmitido entender que la Virgen María es "un ángel encarnado", bien porque su naturaleza es propiamente angélica, bien porque su cometido es dar mensajes a la humanidad?

Yo digo que no.

Y con toda humildad confieso mi infantil fe: Que los Primeros Padres fueron Adán y Eva. Que pecaron comiendo del fruto del árbol prohibido tentados por la serpiente antigua. Que el Verbo de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros, y de nuevo, en una segunda ocasión que esperamos sea pronto, vendrá con Gloria para juzgar a vivos y a muertos y Su Reino no tendrá fin. Que la resurrección de los muertos acontecerá justo antes del Juicio Universal. Que la Madre de Dios es criatura humana, concebida y no encarnada, y cuyo cometido es además la de Madre nuestra, tal y como se lo confió Cristo en la cruz instantes antes de morir.

Uno puede ir bordeando la sana doctrina creyendo que no caerá en el precipicio y tontear con el poligenismo, que puede explicar algunas cosas, con un mileniarismo mitigado o muy mitigado que dé cierta luz al difícil Capítulo XX del Apocalipsis -y que, desconozco la razón, ha ido ganando cierto predicamento en la actualidad a pesar de estar condenado en el punto 676 del Catecismo-, o quedar obnubilado por la abrumadora cantidad de mariofanías actuales, rotundamente falsas buena parte de ellas. Pero el resultado final, juntándolo todo, es esto: un mundo fantástico sólo amparado en la autoridad de quien lo barruntó. Ya sabéis cómo lo llamo yo: un mundo de pesadilla.

Como se ve, la heterodoxia no nace sólo de un modernismo que vuelve sosa la sal, sino de una falsa ortodoxia a lomos de una soberbia farisaica. Falta de oración, esa la causa. Me quedo con lo que profesan las abuelitas de mi parroquia. Sin grandes estudios, ellas saben más.

¡Viva Cristo Rey y Viva la Virgen Desatanudos!