Mi nombre es Sebastián Isael Pla Martorell, aunque todos me conocen por Isael, y este es mi pequeño blog. Escribo sobre lo que me apetece, pero sobre todo, escribo para Dios.

viernes, 21 de mayo de 2010

"And falling to the earth, he heard a voice who said..."


Hasta hoy mismo no he podido acceder a internet, por lo que la noche de ayer no escribí en mi cuaderno de bitácora.

Continúo con la hoja anterior pero esta vez hablaré algo sobre el título del blog.

Fue mi amigo Rómulo el que me puso de sobrenombre ("malnom", "malnombre" en valenciano) Saulo, y ello por una degeneración fonética consciente o inconsciente, pero repetida a fuer de graciosa, de mi segundo nombre de pila y por el que me conocen todos: Isael. De ser digna de constar en un diccionario etimológico, esa curiosa evolución se consignaría así: Isael > Isaelo > Saelo, y definitivamente, > Saulo, con el que mi querido Rómulo dio la puntilla, feliz y definitivo final a la sucesión de cariñosas derivaciones de un nombre ya raro de por sí.

Lo cierto es que el nombrecito no me disgustó lo más mínimo. Empezaron a usarlo con frecuencia mis amistades y acabé por usarlo yo mismo de buena gana. No había en él connotación peyorativa alguna y quedaba... no sé... como si me diera un cierto aire de importancia socarrona. Lo cierto es que, como se verá, el apodo no fue sólo gracioso, sino oportuno.

Tendría yo unos 20 años. Por entonces los jueves universitarios eran todo un acontecimiento y una tradición. Fumar, beber y bailar. Y ligar si se terciaba, faltaría más. ¡Era el objetivo principal, para qué engañarnos! Como un sábado noche. Primero: por la tarde, acopio de material (bebidas y algo de picoteo) en el Mercadona. Después, la cena juntos o cada uno en su nido. Por último, reunión en zona franca para vaciar las botellas, dar cuenta de las papas y prepararnos para salir; música de fondo y humo de tabaco.

El lugar de reunión solía ser el piso de estudiantes de mis amigos Óscar, Ramón, Agustín y Rómulo, al que ya conocemos, donde no recuerdo cómo (creo que se lo regalaron a uno de ellos unos evangelistas por la calle) había un Nuevo Testamento bilingüe inglés-español. Ya puestos, y como eso de la religión católica me parecía entonces un excelente objeto de mofa continuo, recitaba para solaz de la cuadrilla las frases que dan título a esta página. En inglés, claro. Y de pie. Creo que alguna vez hasta encima de la silla.

Aquello se convirtió en seguida en el ritual de los jueves. No salíamos de marcha sin que declamara los versículos 4 y siguientes del capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles, e hiciera especial hincapié, solo o a coro, en lo de "Saul, Saul, why thou persecute to me?". En honor a la verdad, esa no era la única burla que le dedicaba a Dios o al cristianismo en general, qué va; las hubo de mucho peores.

Años después, la caída del caballo.

Sobre ella trataré otro día. De momento quiero decir: Dios, Cristo, es Señor de la Historia. Y de la historia. De la historia personal. Él tuvo mucho que ver en la ocurrencia de Rómulo sobre mi apodo, no me cabe ninguna duda, como también estuvo presente en los guateques castellonenses en que se dejó flajelar de nuevo con mis burlas, hasta tomarse eficaz venganza: un regalo de amor, el mejor, echarme del caballo y preguntarme con ternura y majestad: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?".

Y yo... no supe qué contestarle.

¡Viva Cristo Rey y Viva la Virgen del Pilar!

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