Stefan Zweig era un novelista cuya obra no conocí hasta hace unos pocos años, cuando la editorial Acantilado decidió publicar de nuevo sus libros. Era un novelista de "Best-Sellers", un escritor de garra, excepcional contador de historias, judío de raza y austríaco de nacionalidad. Sus libros no se hacen pesados. Tenía una técnica para escribir: decir sólo lo necesario; así cualquiera de sus obras "engancha", se convierte en una historia trepidante, aunque sólo sea una biografía que no llame la atención por su título o por el biografiado. Sensible como era, no soportó las bestialidades nazis ni la II Guerra Mundial, y antes de acabar ésta se suicidó en Brasil, en 1942, junto a su esposa.
Entre los varios libros de la biblioteca de mi abuelo he rescatado una novelita suya, El Candelabro Enterrado, una auténtica joya. Cuenta la historia de un grupo de judíos y especialmente de Benjamín, que se proponen recuperar la Menorah, el candelabro de siete brazos que les ha sido arrebatado de nuevo por las tropas del vándalo Genserico tras haberla custodiado en Roma después del expolio del Templo llevado a cabo por Tito.
En un momento de la historia, el sabio rabino Eliezer le explica a su sobrino, el aún niño Benjamín, consciente de que no lo va a entender del todo : "Invisible es el lazo con el que el invisible Dios nos ata. Yo sé, ¡oh, niño! que esto que te digo sobrepasa tu entendimiento, pues, a tu edad, puedes tocar tan sólo la vida de los sentidos, que no perciben más que lo corpóreo, lo que puede ser visto, tocado o gustado, como tierra, madera, piedra o metal. Por esta razón, los gentiles, niños en espíritu, han construído a sus dioses con madera, piedra o metal. Nosotros solos, nosotros, los del pueblo elegido, no tenemos dioses visibles y tangibles (a los cuales llamamos ídolos), sino un Dios invisible, al que conocemos con la inteligencia, que está por encima de los sentidos".
No sé si se refiere a los paganos o también a los cristianos cuando habla de los gentiles, pero sobre este fragmento tuve una ocurrencia, que seguro no pasará de ser sólo eso. Los judíos, en efecto (igual que los musulmanes), no hacen imágenes de Dios; lo prohibe la Torah, y lo justifica el sabio Eliezer en la madurez de su religión, frente a lo infantil del resto. Lo cierto, y aquí viene mi ocurrencia, es que la religión judía aún espera a un Mesías que restablezca el poder político y militar del antiguo reino de David y se siente en su trono. Ese poder político creo es lo que se puede ver, tocar y gustar, algo efectivamente demasiado material e infantil si lo comparamos con el cristianismo: la fe en alguien cuyo reino no es de este mundo. Como advirtió el profeta, con Cristo la circuncisión ya no será carnal, sino del corazón. Sin embargo, el cristiano sí puede hacer representaciones de Dios. Él, consciente de nuestras necesidades, sabe que necesitamos también de imágenes que nos inspiren y consuelen. Dios mismo, incluso, nos ha proporcionado la imagen de su Hijo unigénito, su rostro, su cuerpo todo: la Sábana Santa de Turín, de factura humanamente inexplicable.
Vemos, tocamos, como el incrédulo Santo Tomás. Y gustamos. "Mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida". Porque además de espíritu somos carne, necesitamos los sacramentos, y el primero de ellos es la eucaristía. Podría haber establecido el Señor una eucaristía o una comunción "espiritual" con Él, pero la hizo material, porque aunque "no sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que viene de Dios", también necesitamos el pan, y Dios no sólo se revela en las escrituras, sino que además se hace hombre, y además, se hace pequeño, se hace niño. Pero es que, además, se hace más pequeño aún, se hace trozo de pan, para que podamos tenerlo no sólo en nuetro corazón, sino también físicamente dentro de nosotros.
Vale por hoy. Quería hablar un poco más del libro, pero lo haré mañana con algo que le puede interesar a cualquier "vinarossenc"...
¡Viva Cristo Rey y Viva María Auxiliadora!
Entre los varios libros de la biblioteca de mi abuelo he rescatado una novelita suya, El Candelabro Enterrado, una auténtica joya. Cuenta la historia de un grupo de judíos y especialmente de Benjamín, que se proponen recuperar la Menorah, el candelabro de siete brazos que les ha sido arrebatado de nuevo por las tropas del vándalo Genserico tras haberla custodiado en Roma después del expolio del Templo llevado a cabo por Tito.
En un momento de la historia, el sabio rabino Eliezer le explica a su sobrino, el aún niño Benjamín, consciente de que no lo va a entender del todo : "Invisible es el lazo con el que el invisible Dios nos ata. Yo sé, ¡oh, niño! que esto que te digo sobrepasa tu entendimiento, pues, a tu edad, puedes tocar tan sólo la vida de los sentidos, que no perciben más que lo corpóreo, lo que puede ser visto, tocado o gustado, como tierra, madera, piedra o metal. Por esta razón, los gentiles, niños en espíritu, han construído a sus dioses con madera, piedra o metal. Nosotros solos, nosotros, los del pueblo elegido, no tenemos dioses visibles y tangibles (a los cuales llamamos ídolos), sino un Dios invisible, al que conocemos con la inteligencia, que está por encima de los sentidos".
No sé si se refiere a los paganos o también a los cristianos cuando habla de los gentiles, pero sobre este fragmento tuve una ocurrencia, que seguro no pasará de ser sólo eso. Los judíos, en efecto (igual que los musulmanes), no hacen imágenes de Dios; lo prohibe la Torah, y lo justifica el sabio Eliezer en la madurez de su religión, frente a lo infantil del resto. Lo cierto, y aquí viene mi ocurrencia, es que la religión judía aún espera a un Mesías que restablezca el poder político y militar del antiguo reino de David y se siente en su trono. Ese poder político creo es lo que se puede ver, tocar y gustar, algo efectivamente demasiado material e infantil si lo comparamos con el cristianismo: la fe en alguien cuyo reino no es de este mundo. Como advirtió el profeta, con Cristo la circuncisión ya no será carnal, sino del corazón. Sin embargo, el cristiano sí puede hacer representaciones de Dios. Él, consciente de nuestras necesidades, sabe que necesitamos también de imágenes que nos inspiren y consuelen. Dios mismo, incluso, nos ha proporcionado la imagen de su Hijo unigénito, su rostro, su cuerpo todo: la Sábana Santa de Turín, de factura humanamente inexplicable.
Vemos, tocamos, como el incrédulo Santo Tomás. Y gustamos. "Mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida". Porque además de espíritu somos carne, necesitamos los sacramentos, y el primero de ellos es la eucaristía. Podría haber establecido el Señor una eucaristía o una comunción "espiritual" con Él, pero la hizo material, porque aunque "no sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que viene de Dios", también necesitamos el pan, y Dios no sólo se revela en las escrituras, sino que además se hace hombre, y además, se hace pequeño, se hace niño. Pero es que, además, se hace más pequeño aún, se hace trozo de pan, para que podamos tenerlo no sólo en nuetro corazón, sino también físicamente dentro de nosotros.
Vale por hoy. Quería hablar un poco más del libro, pero lo haré mañana con algo que le puede interesar a cualquier "vinarossenc"...
¡Viva Cristo Rey y Viva María Auxiliadora!
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