Hoy es el día del Inmaculado Corazón de María, y ayer lo fue del Sagrado Corazón de Jesús. ¡Qué dos corazones tenemos a los que acogernos, corazones que aman tantísimo, que nos aman tantísimo a cada uno de nosotros!
La de ayer era la lectura de la conocida historia de la oveja perdida. Yo mismo fui una oveja muy pero que muy perdida. Jesús, el Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas, dejó a todas las que tenía y fue en mi busca. Yo, travieso e inconsciente a veces, me había subido a un peñasco escarpado y jugueteaba con la maleza. Al principio pensaba que no me pasaría nada, pues de reojo observaba a mi rebaño y no tenía miedo de perderme; lo cierto es que miraba al grupo con cierto desdén, pues yo, valiente, iba por sendas y lugares nuevos y peligrosos, mientras ellos eran apacentados con tranquilidad y paz. Luego seguí alejándome, y el desdén se convirtió en verdadero desprecio. Me alejé hasta perder de vista al rebaño. Más tarde, me extravié por los senderos, y si hacía ademán de volver con los míos veía que todo era inútil, pues ni sabía dónde estaba el grupo ni las plantas y malas hierbas y maleza que se me habían enredado entre las patas me dejaban volver. Cuando creí que ya todo estaba perdido, que nada podría rescatarme del lugar y la compañía malsana en que me encontraba, mi amo me halló, porque en realidad nunca me había quitado el ojo, y me llevó delicadamente sobre sus hombros hasta el redil. El Cielo se alegró muchísimo por la oveja encontrada, lo aseguro, y yo lloraba de alegría y de agradecimiento. Pero la fuerza de la mala costumbre me hacía volver a los malos lugares de donde me habían liberado, dándole antes una coz a mi Pastor solícito. Sin embargo, en seguida caía en la cuenta de que aquél no era el lugar donde debía estar, no era un buen camino ni un buen lugar, y volvía con mi Buen Pastor, pues conocía su voz, y aunque no me llamara, yo ya sabía dónde se encontraba y el camino hacia Él. Y Él perdonaba mis torpezas setenta veces siete.
El Señor es mi pastor, nada me falta. Que Él y la Divina Pastora, que es la Virgen, me guíen y apacienten en esta vida que es camino para poder gozar de su eterna compañía en la otra vida, que es morada.
¡Viva Cristo Rey y Viva la Virgen de Lourdes!
La de ayer era la lectura de la conocida historia de la oveja perdida. Yo mismo fui una oveja muy pero que muy perdida. Jesús, el Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas, dejó a todas las que tenía y fue en mi busca. Yo, travieso e inconsciente a veces, me había subido a un peñasco escarpado y jugueteaba con la maleza. Al principio pensaba que no me pasaría nada, pues de reojo observaba a mi rebaño y no tenía miedo de perderme; lo cierto es que miraba al grupo con cierto desdén, pues yo, valiente, iba por sendas y lugares nuevos y peligrosos, mientras ellos eran apacentados con tranquilidad y paz. Luego seguí alejándome, y el desdén se convirtió en verdadero desprecio. Me alejé hasta perder de vista al rebaño. Más tarde, me extravié por los senderos, y si hacía ademán de volver con los míos veía que todo era inútil, pues ni sabía dónde estaba el grupo ni las plantas y malas hierbas y maleza que se me habían enredado entre las patas me dejaban volver. Cuando creí que ya todo estaba perdido, que nada podría rescatarme del lugar y la compañía malsana en que me encontraba, mi amo me halló, porque en realidad nunca me había quitado el ojo, y me llevó delicadamente sobre sus hombros hasta el redil. El Cielo se alegró muchísimo por la oveja encontrada, lo aseguro, y yo lloraba de alegría y de agradecimiento. Pero la fuerza de la mala costumbre me hacía volver a los malos lugares de donde me habían liberado, dándole antes una coz a mi Pastor solícito. Sin embargo, en seguida caía en la cuenta de que aquél no era el lugar donde debía estar, no era un buen camino ni un buen lugar, y volvía con mi Buen Pastor, pues conocía su voz, y aunque no me llamara, yo ya sabía dónde se encontraba y el camino hacia Él. Y Él perdonaba mis torpezas setenta veces siete.
El Señor es mi pastor, nada me falta. Que Él y la Divina Pastora, que es la Virgen, me guíen y apacienten en esta vida que es camino para poder gozar de su eterna compañía en la otra vida, que es morada.
¡Viva Cristo Rey y Viva la Virgen de Lourdes!
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