Mi nombre es Sebastián Isael Pla Martorell, aunque todos me conocen por Isael, y este es mi pequeño blog. Escribo sobre lo que me apetece, pero sobre todo, escribo para Dios.

viernes, 10 de febrero de 2012

Una de Chesterton

Esta entrada va dedicada a mis ex-alumnos de catecismo de este año, con los que mañana ya no estaré. Echaré de menos vuestra compañia los sábados a las 12 (el sábado es el día de María, y las 12, la hora del Ángelus, una preciosa oración mariana, por eso estas clases eran tan especiales para mí), pero segurísimo que María Santísima tiene planes mejores para todos nosotros, de eso no tengo duda ninguna. ¡Un abrazo a todos y cada uno y que Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias!


No, no me he equivocado; vuelvo a poner la foto que colé en otro post del blog, porque me parece la más acertada para ilustrar lo que voy a decir.

Hoy mismo un amigo de facebook ha publicado en su muro esta frase del gran Gilbert Keith Chesterton, que dice así:

La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza
y no darse cuenta.
Como me ha gustado, he decidido colgarla en el mío, y en eso que veo con el rabillo del ojo la imagen de la Presentación, que es de momento mi "foto de perfil"; la inspiración y enseñanza han venido ¡zas!, como un fogonazo: esta frase no puede aplicarse a Simeón y a Ana, el anciano con la cabeza cubierta por una prenda azul y con cuyas barbas blancas juega el Niño Jesús, y la anciana que aparece algo más al fondo detrás de él. Sí a los demás que estaban en el templo, bien rezando, bien presentando ellos mismos a su propio hijo (como puede verse en el fondo de la imagen), bien visitando y ponderando las bellezas del Templo... Pero quienes sí estuvieron delante de la grandeza y se dieron cuenta, antes incluso de que Cristo se revelase, esos fueron Simeón y la viuda Ana, los dos viejecitos santos que esperaban con sinceridad la venida del Mesías, que pasó por delante de sus narices... ¡y lo reconocieron!

Los demás, ni se inmutaron... hasta treinta años después, cuando aquella monada de pequeñin se hizo todo un hombre y proclamó el Evangelio. Como profetizó el buen Simeón, las gentes de Israel tuvieron que elegir entre reconocer Su grandeza o no hacerlo, seguirlo o condenarlo, porque fue y sigue siendo, ayer como hoy, signo de contradicción.

¡Un abarzo, chicos!


¡Viva Cristo Rey y Viva Nuestra Señora de Los Remedios!

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