Hace unos días hice una visita al Santísimo en la Iglesia Arciprestal de mi pueblo. Cuando salí, por el camino eché una ojeada a un díptico sobre la Divina Misericordia. Cristo mismo decía: "Abandónate a mí". "Di: Jesús en Ti confío".
Mientras andaba hacia la mensajería donde debía recoger un paquete, decía con convicción en mi interior: "Jesús, en Ti confío", y la verdad es que notaba un gran sosiego, a la vez que una cierta desazón: "Este camino que voy andando, ¿es el que quieres, Señor?" "Este afán mundano mío, ¿es bueno o malo?" Sólo iba a buscar un paquete, concretamente un libro, pero ya se ve hasta qué punto puede uno comerse la cabeza. Intenté abandonarme al Señor y confiar en su promesa. Hasta los pasos que daba estaban contados, previstos y permitidos por Dios mismo. Él nunca miente, y siempre cumple, pero nosotros... nosotros tenemos que decir "Creo, Señor, pero ayuda a mi Fe", es decir, confío, Señor, pero ayuda a mi confianza porque no soy perfecto ni en abandonarme enteramente a Ti.
Recogí el paquete y seguí hacia mi casa, no sin desviarme para comprarle ciertos "artilugios" de fumador a mi hermana. Bendito desvío. Dios compensó mi imperfecta confianza en Él de inmediato con esto: atravesé, como pudiera atravesar con mi vuelo, una bandada de pajarillos: la clase del Colegio al que pertenecen los que hasta hace poco eran mis catecúmenos. Pasaron a cada lado mío y escuché sus cariñosos y refrescantes saludos. ¡Gracias, Señor! ¡Con eso tuve felicidad para todo el día!
¡Viva Cristo Rey y Viva Nuestra Señora de la Asunción!
No hay comentarios:
Publicar un comentario