Es en la película El Padrino III cuando el Cardenal que al poco iba a ser elegido Papa y adoptaría el nombre de Johannes Paulus charlaba con Michael Corleone paseando por el claustro hasta convencerlo, casi forzarle, a que se confesara. Y lo hace para acabar entre sollozos, puestos a la vista sus terribles pecados, de los que probablemente no había hablado con nadie, no se había desahogado. La patuela de matones y corruptos con los que se relacionaba no invitaba a abrir el corazón, ¡eso seguro! Ahora tenía la oportunidad de hacerlo con alguien que lo escuchara con paciencia, con amor, sin juzgarle, pero sin esconderle la verdad. Las palabras finales del cardenal parecen duras pero están dichas con dulzura paterna: "tu vida podría redimirse, pero tú no lo crees así; por eso no cambiarás". Para redimirse es necesario que entre El Redentor: uno no puede salvarse por sus solas fuerzas del mismo modo que no puede levantarse tirándose de los pelos. Un hombre "hecho a sí mismo" como Corleone necesitará abandonar pronto el orgullo por sus éxitos para poder ser modelado por el Alfarero que lo creó.
Sin embargo, quiero centrarme en esto otro: de una fuentecilla, el hombre de Dios coge una piedra, y dice: "Observe esta piedra. Ha estado en el agua muchísimo tiempo. Sin embargo, el agua no la ha penetrado". Le da unos golpes secos hasta partirla, se la muestra al "hombre de negocios", y continúa: "Mire: está completamente seca. Lo mismo les ha ocurrido a los hombres en Europa: durante siglos han estado rodeados por el Cristianismo, pero Cristo no les ha penetrado. Cristo no vive en ellos"
Esta imagen que brota del sabio corazón del Cardenal es excelente para mostrar el estado de las cosas. Pero es cierta en parte: al propio cardenal sí le ha penetrado el cristianismo. Su personaje esparce lo que el Papa San Pío X llamaba "el buen olor de Cristo": Fe, bondad, sencillez, humildad, sabiduría, paciencia... Del mismo modo a otros a lo largo de la Historia: los santos.
Pero a las piedras en las que no ha penetrado el agua del Cristianismo sin embargo sí las ha "tocado" de otra forma: estar sumergido largamente en él ha limado las asperezas, las partes cortantes o agudas; ha hecho que queden con los cantos rodados. Les ha rebajado la violencia, la ira, la barbarie. Las ha obligado a respetar la dignidad personal de cada ser humano en tanto hijo de Dios, les ha trazado el camino para buscar la verdad, el bien, la belleza y la justicia. O al menos, les ha obligado a someterse a esta última. Les ha hecho asumir, aun a regañadientes, los Mandamientos del Altísimo.
Ese clima, ese agua, formó la Cristiandad, el territorio en el que el Cristianismo, como nos recordaba Leonardo Castellani, impregnó, inspiró y auspició las leyes, las artes y las ciencias. Los países europeos podían asumir un sistema político defectuoso como el feudal o la Monarquía absoluta, pero era algo abominable matar a los niños en el vientre materno. Y más aún tenerlo bien visto.
Hoy día de esa cristiandad sólo queda un bosquejo en los países europeos. El viento del laicismo ha hecho de los presuntos valores occidentales un cascarón vacío. La fraternidad revolucionaria de anteayer, la filantropía pagada-de-sí-misma de ayer, la solidaridad insípida de ahora, poco tienen que ver con la Caridad cristiana de siempre. Si no somos hijos de un mismo Padre, ¿a qué llamarnos hermanos? Y no podemos olvidarlo, así lo ha advertido nuestro buen Papa Francisco: sin Cristo, la Iglesia sólo es una ONG. Y en una iglesia donde no se reza a Cristo, se reza al demonio.
Muerta o agonizante la Cristiandad, queda sin embargo el Cristianismo. En una masa descreída y desesperanzada, es la hora de la levadura.
¡Viva Cristo Rey y Viva Nuestra Señora de Copacabana!
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