- Estoy triste.
- Lo sé.
- Ya sabes por qué, ¿verdad?
- Sí.
- Me ha dejado sin aire, y no tenía por qué ser así. Se veía venir.
- Sé cómo te sientes.
- No ha habido culpables en esto ¿verdad?
- No, no los ha habido.
- Casi me tengo que esconder para que no me vean llorar. Si alguien me hubiese saludado por la calle, le hubiese respondido con un sollozo.
- ...
- No sé cómo voy a disimular esta noche.
- Tranquilízate.
- En estas cosas, la mía ha sido una vida de perros, Madre.
- Tú no eres un perro, hijo. Tu hermano no murió por un perro.
- ¿Por qué es así?
- ...
- Siempre acortas los malos tiempos. Que este sea muy corto, Madre.
- ...
- Tú eres la causa de mi alegría, la consoladora de los afligidos.
- Sí.
-¿Qué hago?
- ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?
- Sí.
- Sebastianito, Sebastián Isaelito. El más pequeño de mis hijos...
- Madre...
Sea lo que sea lo que te tiene triste, no dejes de luchar porr conseguir lo que quieres, que las cosas muchas veces no son lo que parecen. Si no batallas con todas tus fuerzas hasta el último segundo, siempre te quedará la frustración de pensar que no lo diste todo, y eso si que es perder una batalla. Arriesga, siempre arriesga. Nunca se sabe por donde puede venir el milagro que esperamos. Animo Saulo!
ResponderEliminarMuchas gracias por sus palabras, estimado hermano. Dios le pague por ellas. Uno no sabe en determinados asuntos cómo reaccionar ni batallar; va perdido como un huerfanito. Por eso la presencia consoladora de la Madre me es tan necesaria siempre. ¡Gracias por el consejo, de todo corazón! Rece por mí :)
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